Santiago, 10 de diciembre de 1863.

…Desde las primeras horas de la mañana hasta el caer de la noche ciento sesenta y cuatro carretonadas de cadáveres han sido conducidas al cementerio. Se había tomado la precaución de destinar una fosa común a las víctimas del incendio.

En el cementerio pasaba otra escena no menos triste que las anteriores. Al llegar de cada carro una multitud de mujeres se agrupaba en torno para escudriñar los cadáveres y descubrir entre ellos a sus deudos. El trabajo era inútil: los cadáveres, muchos de ellos intactos, eran inconocibles. Uno que otro reconocido, ya por el vestido, ya por las facciones medio destrozadas, fueron separados por sus deudos de la masa común.

Todo ha concluido menos el llanto y la desolación general. ¡Hay familias diezmadas y familias enteramente perdidas entre los escombros!…

…Tanto ser querido ayer lleno de vida, ayer haciendo la esperanza y la felicidad de los suyos, y hoy desaparecido para siempre, sin dejar siquiera, en muchos casos, el consuelo, aunque amargo, de encontrar su cadáver. Han desaparecido familias enteras. Las llamas nada han respetado: niños y ancianos, padres e hijos, todos han ido a caer en la sima de un mismo destino. Catástrofe sin ejemplo, catástrofe que encierra una terrible enseñanza que aguardamos que nuestra sociedad sepa aprovechar.

Es preciso hacer desaparecer cuanto antes los escombros humeantes que recuerdan la tragedia. No más templo en aquel sitio. Un monumento, sí, un monumento que recuerde a Santiago la catástrofe y que sea una perpetua lección en mármol de los peligros de la exageración de ciertos sentimientos.

Hoy como ayer insistimos en la necesidad de concluir con las fiestas de iglesia por la noche. Es preciso que se tome a este respecto una medida pronta y efectiva. Se trata de la vida de toda una población. Se trata de hacer imposibles hecatombes como la del martes, que horrorizan los cielos y a la tierra. Dios, para ser adorado, no necesita de los oropeles de la vanidad, sólo necesita de corazones puros y sinceros. Goza más con la oración del creyente que con las mil luces de que se llena su templo hasta hacerle una inmensa hoguera…

Diario El Ferrocarril.

Hasta la hora en que escribimos se han extraído cerca de mil seiscientos cadáveres. Casi todos los hombres se salvaron, pues estaban situados a un costado de la iglesia, separado del resto por una verja. De las mujeres el mayor número de las salvadas escaparon por la sacristía. Hubiera salido más si hombres indignos o empleados sin corazón no hubiesen obstruido la puerta con algunos muebles, para salvar ornamentos y santos de palo.

Muchos han perecido salvando a sus semejantes. Un americano se hundió en las llamas haciendo esfuerzos por salvar a unas infelices mujeres que se ardían. Se cuentan diez o doce de esas víctimas de buen corazón. Entre ellas, un oficial de artillería que, se nos dice, pereció haciendo esfuerzos inauditos mientras las llamas se cernían sobre su cabeza.

Don Enrique Meiggs, el señor Nelson, ministro americano, el señor Rand, secretario de la legación, expusieron constantemente su vida y consiguieron salvar a algunas personas. Éstos, como muchos extranjeros, merecen la más profunda gratitud del pueblo por su noble comportamiento.  A más de las personas que ya hemos recomendado por su abnegación, deben contarse también los señores don Ángel Custodio Gallo y don Manuel Recabarren.

…Se ha invitado a la juventud de Santiago para formar compañías de bombero

Diario La Patria.

 

Extractos del libro El Incendio del Templo de la Compañía de Jesús, recopilación histórica de don Benjamían Vicuña Mackenna.

 

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