Haití: Una tragedia lejana.

 

Los datos nos dicen que es lejana, sin embargo no lo es. Muy por el contrario, los sentimientos nos dicen que es muy cercana. Tal vez los casi 400.000 muertos la hacen imposible de olvidar, o tal vez que murieran dos destacadas chilenas, o la miseria del lugar que impide sobreponerse, o la destrucción que está aún casi tan presente como hace un año (sólo el 5% de los escombros han sido removidos), o tal vez el hecho que un destacamento de nuestro ejército está en labores de paz hace ya varios años nos acerca al lugar.

Pero a nosotros, como Cuerpo y como Compañía, hay algo adicional que nos conecta: La participación de alguno de los nuestros. Por lo mismo, nos parece propicio el momento para recordar la experiencia relatada por uno de ellos.

—–

“Muchachos, nuestra palabra clave… Montana”, fue la frase con que se despedía un emocionado General en la base Chilena de la MINUSTAH, primer y último momento íntimo que tuvimos antes de regresar a Santiago.

Puerto Príncipe amanecía en medio del caos, desde el techo de un derrumbado Hotel Montana, veíamos lo que quedaba de una ciudad en ruinas, de un pueblo que ya se sabía de sobrevivientes, que entre escombros, sangre, cuerpos y armas camina por las calles en medio de la desesperanza, el hambre  y la pobreza.

Las hogueras que veíamos desde las alturas iluminaban tenuemente la oscuridad de la madrugada, abriendo un pequeño espacio en nuestras mentes para imaginar, al son de los cánticos vudú, el panorama con que nos toparíamos cuando amaneciera.

Amanecía en la nación antillana. Pero aunque el sol salía, no alumbraba. Entre el cielo para los muertos y el infierno para los vivos. Porque en esos instantes creía que podía o no existir un cielo, pero tenía la certeza absoluta de que existía un infierno. Porque lo vivimos, porque estuve en él o al menos estuve en el  lugar más parecido a éste en la tierra.

Pero eso era lo que precisamente nos hacía estar ahí. Lo supe desde que recibí  la llamada de nuestro Comandante pidiéndome que me preparara para la misión de rescate. Lo supo mi familia, lo supimos los cuarenta y un voluntarios que quisimos estar presentes en ese lugar.

Cuando el Hércules C-130 despegó nuestras consciencias sabían que al regreso no seríamos los mismos. Porque en nuestro ser no teníamos incorporada aún la vivencia profunda de la desgracia en su máxima expresión, de la experiencia al límite del mismo límite, de la humanidad en todas sus variantes. Una vez ahí todo lo vivido se hacía pequeño e insignificante. Ahora éramos  solo 41 bomberos en medio del desastre, con una misión clara: rescatar el cuerpo de una compatriota.

En nuestro día a día fuimos testigos presenciales del horror y el desastre, pero a la vez éramos los encargados de aportar una pequeña dosis de algo muy extraño y escaso en ese lugar: Esperanza.

Aquella que se pierde entre las montañas de cadáveres y los restos de una sociedad sepultada. Aquella que día a día va desapareciendo entre el dolor y el hambre, que agoniza junto a un pueblo destruido, pero que aún se encuentra en extraños casos de gente admirable  como el general Ricardo Toro y su familia.

Nuestra  “ayuda” consistió básicamente en mantener encendida esa pequeña luz de esperanza en un lugar en que todo parece perdido. Solo retribuimos aquella confianza y fe que mantenía Toro y su familia en medio de una ciudad caída. Lo pudimos ver en sus rostros de agradecimiento, en su expresión de tranquilidad y en esa pequeña gran emoción nuestra de haber logrado al menos un chispazo positivo sumergidos en el infierno.

Porque aunque no podamos levantar las ruinas ni quitar la pobreza, la violencia y el hambre de un destruido Puerto Príncipe, entregamos un grano de esperanza a una pequeña y limitada fracción en medio de la desgracia. Hicimos un pequeño aporte para llevar un poco de fe a un lugar donde ésta casi se extingue, me di cuenta que de alguna forma hasta en el peor de los infiernos puede haber algo de luz.

Era lo que pensaba mientras reconocía el cadáver entre los escombros. La emoción nuestra, de su familia, nuestra vuelta a Santiago, nuestros familiares, los honores y todas aquellas cosas que conforman ese cóctel de emociones que se va mezclando y difuminando en medio de nuestro recuerdo a medida que va pasando el tiempo. Pero sin duda aquellas experiencias vividas nos quedaran marcadas eternamente en nuestras memorias.

Finalmente el cuerpo fue encontrado, reconocido y repatriado. La misión Montana fue cumplida, mientras en Haití anochece, aun sin noticias de Dios…

 

Pablo Andrés Schmidt Espina

15. Deutsche Feuerwehrkompanie – Stadt Santiago
15 Compañía de Bomberos – Cuerpo de Bomberos de Santiago
Av. Apoquindo 8115, Código Postal 757 0018 – Las Condes – Santiago – Chile
Teléfono: 56-2-2011092